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EL ROSTRO COMO UN LENGUAJE INTERPRETATIVO: MORFOPSICOLOGÍA

Es inevitable ignorar lo complejo que resulta la tarea del autoconocimiento en el transcurso de la vida personal de cada uno/a de nosotros/as; estamos constantemente realizando una introspección de nuestro ser, lo cual avala por un reconocimiento consciente. El rostro es parte esencial de este intimo trabajo, pues evidencia la expresión de nuestras emociones y del estado de ánimo en su más fiel momentaneidad.

 

Bajo esta premisa, a través del psiquiatra francés, Louis Corman –fundador de la Sociedad Francesa de Morfopsicología-, se demostró lo relevante que llegan a ser las facciones que componen la fisionomía humana para la comprensión de los diferentes comportamientos, potencialidades y cualidades que definen la identidad. Es así que nace la Morfopsicología, considerada como una disciplina que destaca por extrapolar la significación del rostro hacía un espacio más analítico de las expresiones faciales y su relación con el carácter de cada persona.

 

Según este estudio, el rostro se divide en tres zonas fundamentales que, desde el predominio de una por sobre otra, desvelan distintos aspectos sobre el comportamiento humano. Por ello, se puede predecir el temperamento de alguien a partir de los rasgos que más resalten en su cara, pudiendo clasificarse en:

  • Inteligencia cerebral (frente, cejas, ojos y sienes); gozan de competencias intelectuales, es decir, destacan por poseer un pensamiento certero y reflexivo, además del manejo de habilidades metódicas.
  • Inteligencia emocional (mejillas, nariz y pómulos); tienden a comunicarse desde lo sentimental pues se caracterizan por ser empáticos/as y de fuertes destrezas afectivas. Trasmiten confianza gracias a su alto grado de emotividad.
  • Inteligencia instintiva (mandíbula, boca y mentón); caracterizan por ser personas con actitudes impulsivas y muy activas, capaces de reaccionar al instante por medio de su energético actuar.

Cabe señalar que la morfopsicología aborda a su vez la variedad de rostros existentes –redondos, cuadrados, etcétera-, así como también hace distinciones según las formas y simetrías de las partes que componen el rostro humano. Al integrar todos estos aspectos, la precisión del estudio indaga con mayor exactitud, teniendo como breve ejemplo el siguiente punto.

 

Ojos – El reflejo de nuestros propios sentimientos.

  • Pequeños: Persona idealista, que presenta dificultad para comunicar sus pensamientos.
  • Grandes: Persona curiosa y sincera, con tendencia al egoísmo.
  • Hundidos: Persona detallista, además denota un sentido crítico y de carácter retraído.

En definitiva, esta disciplina ha tomado gran relevancia debido a que sirve como modelo de conocimiento sobre las aptitudes, vulnerabilidades y cambios que vive la persona con el pasar de los años, siendo su rostro un evidente reflejo de las huellas que tales vivencias han generado desde su nacimiento a la actualidad. Un registro facial que, si bien está determinado en gran porcentaje por la herencia genética, yace moldeable según las conductas que adopta la persona en su actuar.

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